[:es]Tras largos años de represión del deseo este fue liberado con fuerza. Por supuesto, el deseo no se había ido a ninguna parte, pero durante siglos el proceso civilizatorio siguió su curso y uno de los precios más altos que la humanidad tuvo que pagar por la civilización fue el de limitar el despliegue de su propio deseo.

A lo largo del siglo 20 se produjeron diferentes revoluciones con grandes beneficios para la libertad individual y la libertad colectiva de determinadas minorías. En España podemos situar una gran liberación del deseo al final del franquismo, en el periodo que es hoy conocido como el destape. No hay más que ver las películas de esa época, compararlas con lo que se hacía antes y con lo que se ha hecho después y observaremos como el deseo estaba en ebullición. Era aquel un deseo de libertad a muchos niveles: libertad política, libertad de expresión y, quizás más que ninguna otra, libertad sexual.

Libertad

Desde entonces muchas cosas han cambiado. Estamos observando en la actualidad un proceso paradójico. Por un lado, nos encontramos con nuevas limitaciones a nuestra libertad. Por ejemplo, están reguladas ahora mismo limitaciones a la libertad de expresión que anteriormente no existían. Si nos circunscribiésemos al momento actual (pandemia global), nos podemos dar cuenta de cómo nos encontramos con imitaciones a las libertades más elementales.

Sin embargo, paradójicamente venimos encontrándonos en los últimos tiempos con muchas personas en las cuales este deseo se ha vuelto un ente tiránico, un dictador que dice: mi deseo es la ley.

Es una complicada tensión la que existe entre el deseo y la ley. Igual que cuando se dice la manida, pero muy cierta frase “mi libertad acaba dónde empieza la del otro” también debemos considerar que nuestro deseo termina dónde empieza el del otro, es decir que nuestro deseo debe ser necesariamente limitado de alguna manera. La civilización para existir requiere la limitación de los deseos individuales. No existe otro camino conocido por el ser humano.

Sin embargo, multitud de discursos han ido destruyendo esta idea. Se viene diciendo: cualquier cosa que desees puedes lograrla si te lo propones. Huelga decir qué esta afirmación, aparte de falsa, es extremadamente dañina. En primer lugar legítima el deseo sea este cual sea. No entra en consideraciones acerca de lo ético o moral qué pueda ser este deseo, simplemente lo válida. En segundo lugar está máxima implica qué, en caso de no alcanzarse el objeto del deseo (cosa que en el mundo real sucede con frecuencia), la responsabilidad será siempre de aquel que deseaba, es decir, que es irrelevante el contexto en el cual está persona viva, son irrelevantes las condiciones socioeconómicas, políticas o de salud, por poner algunos ejemplos. Lo único importante es si esa persona se lo ha propuesto lo suficiente o no.  Bien, tenemos que decir claramente lo siquiente: El deseo es libre pero la realización de nuestros deseos no tiene por qué serlo.

El deseo no puede ser Ley

El deseo no puede ser ley porque existen deseos perversos, dañinos incluso terribles y precisamente para eso se creó la ley, para evitar que  esos deseos se hicieran realidad.

La ley en el pasado ha sido excesiva, rígida y ha sido perversa también,  por ello es natural que no tenga buena fama y que se produzca una reacción agresiva del deseo reprimido tanto tiempo, pero no debemos olvidar dos cosas:

Mi deseo es la LeyPrimero. La ley es necesaria. Por desgracia, no todos los deseos son legitimos y la ley debe sancionar y castigar cuando esos deseos ilegítimos pretendan realizarse. Pensemos, por ejemplo, el caso de una persona que tuviera deseos pedófilos. A esa persona probablemente  le resulte muy complicado reprimir su deseo y esta será para ella una lucha toda su vida, sin embargo, sí puede, afortunadamente, reprimir la expresión de ese deseo, su realización material y así debe ser, puesto que un deseo que daña al otro de forma tan grave es, sin lugar a dudas, un deseo ilegítimo en su realización.

Segundo. La realidad existe y, mientras las máquinas generadoras de realidad virtual no sean más sofisticadas, nos toca habitar esta realidad y no otra. La capacidad de nuestro deseo para influir y modificar la realidad en la que vivimos es limitada y así como debemos aceptar y vivir con nuestro deseo también debemos aceptar y vivir en nuestra realidad. Como en casi todo, es una cuestión de equilibrios.

Enrique Schiaffino

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